Hoy hablaremos sobre el epíteto, este adjetivo calificativo que atribuye cualidades a los sustantivos. Abordaremos ámpliamente este concepto y los casos en los que se utiliza, además de varios ejemplos para que quede clara esta temática. Recuerda que el epíteto, del latín epithĕton, que proviene de un término griego que significa “agregado”, un epíteto es un adjetivo o participio que pretende caracterizar un nombre. Su fin principal, por lo tanto, no es especificar o determinar el nombre en cuestión.
El epíteto busca resaltar características intrínsecas del sustantivo. Por ejemplo: “El frío hielo lastimó la piel del muchacho”, “Antonia vio cómo sus recuerdos más preciados ardían en medio del caliente fuego”.
Los epítetos también se utilizan para acompañar el nombre de personajes históricos, reyes o divinidades: “Alejandro Magno es uno de los hombres más fascinantes de la historia”, “Sancho el bravo fue un rey de Castilla y León”.
Es interesante resaltar además que en el Antiguo Egipto era frecuente la utilización de los epítetos. En este caso se empleaban en sustitución de un sustantivo concreto y venían a dejar patente las cualidades o principales características de aquel. Así, por ejemplo, se sabe que en distintos contextos en ocasiones el término faraón era sustituido por el epíteto “toro victorioso”.
Hay epítetos que permiten mencionar cualidades objetivas, mientras que otros nacen de la subjetividad del hablante. En este último caso, es posible hacer referencia a los epítetos apreciativos (“Juan es un brillante jugador de tenis”) y a los epítetos peyorativos (“Tengo que encontrar un lugar para colocar el cuadro espantoso que me regalo mi suegra”).
Además de estas dos clases subrayadas, tenemos que exponer que existen otros muchos tipos de epítetos. Así, por ejemplo, nos encontramos con los epítetos tipificadores que son aquellos que se caracterizan por atribuirle a un nombre una cualidad que posee: “negra sombra alargada”.
En segundo lugar, están los epítetos enfáticos que, como su propio nombre indica, son aquellos que lo que hacen es exagerar una cualidad concreta. Y luego están también los llamados epítetos metafóricos que se identifican por el hecho de que ellos llevan intrínsecos una metáfora concreta.
Otros tipos de epítetos existentes son los conocidos como apositivos que son los que se utilizan como si fueran una definición del sustantivo y que, de manera habitual, se suelen colocar entre comas.
Los epítetos frase, que se encargan de resaltar la idea principal de un texto, y los visionarios, que son los que se muestran como una imagen surrealista, son otras de las modalidades que existen de esta figura retórica tan fundamental dentro de la Literatura y concretamente dentro de lo que sería el género de la poesía.
Antonio Machado, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre o Gustavo Adolfo Bécquer son algunos de los autores que más y mejor han utilizado a los epítetos en sus obras.
Es importante tener en cuenta que, en la lengua española, es habitual anteponer el epíteto al nombre (“El verde césped invitaba a jugar”), aunque no es una condición imprescindible para la correcta formulación de una oración (“El césped verde del campo asombro al público”).
Hay ocasiones, de todas formas, en las cuales el lugar del epíteto determina el significado de la frase: “Ese pobre hombre perdió a su hijo”, “Un hombre pobre me pidió dinero”.
Cabe destacar que se conoce como epíteto homérico al complemento de los nombres propios que se utiliza en las epopeyas griegas antiguas.
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