Hoy veremos todo lo relacionado con las onomatopeyas; explicaremos a fondo este concepto con variados ejemplos para que esta temática quede muy clara: Recuerda que una onomatopeya es una palabra que se forma por imitación de un sonido. El término viene del griego ónoma, -atos ‘nombre’ y poía ‘creación’, es decir, ‘creación de palabras’. Entran aquí todos los tic tac, pum, ñic ñic, cataplón, achís y demás con que trufamos a diario nuestro discurso.
La onomatopeya representa un intento de motivación del signo lingüístico, pues se pretende que la forma de la palabra se asemeje a la realidad a la que remite: son sonidos que tratan de imitar a otros sonidos. Esto parece ir contra un principio lingüístico básico: a todos nos han enseñado que una de las características del lenguaje es precisamente la convencionalidad. Esto quiere decir que no hay relación entre la forma de la palabra y la realidad designada. Por eso lo que en español es niño, en inglés se puede decir child; en francés, enfant; y en polaco, dziecko.
Pero no nos engañemos, también las onomatopeyas son convencionales en el fondo. Responden a convenciones lingüístico-culturales muy arraigadas. Una cosa es el sonido que pretenden representar y otra la interpretación que hacemos de ese sonido dentro de las posibilidades y hábitos fonéticos de una lengua dada y de las tradiciones de una determinada cultura.
Esto se ve claramente en los sonidos que les atribuimos a los animales con nuestras onomatopeyas. Estas son palabras con una gran relevancia en la historia de las comunidades lingüísticas y de los individuos. Hasta hace no tanto tiempo, los burros, las vacas, las ovejas, los perros y las gallinas tenían una enorme importancia en nuestras sociedades (pongo ejemplos del ámbito ibérico en el que he crecido, adáptelos cada lector a su propia realidad geográfica y cultural). En la vida de las personas una de las experiencias metalingüísticas más tempranas es el estar sentados en las rodillas de mamá, de papá o del tío manteniendo diálogos tan animados como este:
-¿Cómo hace la vaca?
-¡Muuu!
-¿Y el perro?
-¡Guau!
-Muy bien, ¿cómo hace la oveja?
-¡Beeee!
No parece arriesgado afirmar que ese juego es universal. Y esa experiencia transmitida de generación en generación va a condicionar ya para toda la vida nuestra percepción de los sonidos que de hecho emiten esos animales. Pero si nos fijamos en cómo los pintan otras lenguas, veremos que también los animales hablan idiomas. El gallo, sin ir más lejos, en Castilla hace quiquiriquí; en Borgoña, cocorico; en Brandeburgo, kikeriki; en Rusia, kukareku; en Inglaterra, cock-a-doodle-doo; y en Gales, go-go-go-go-go (si sabe galés, claro).
CRÉDITOS PARA: https://blog.lengua-e.com, https://definicion.mx
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