domingo, 31 de mayo de 2020

China pone al rojo vivo Hong Kong y su relación con EE. UU.

China pone al rojo vivo Hong Kong y su relación con EE. UU.





En mi discurso final como gobernador de Hong Kong el 30 de junio de 1997, pocas horas antes de abandonar la ciudad en el yate real del Reino Unido, dije que “ahora, el pueblo de Hong Kong tiene que gobernar Hong Kong. Esta es la promesa. Y este es el destino irreversible”.



Esa promesa figuraba en la Declaración Conjunta de 1984, un tratado firmado por China y el Reino Unido ante las Naciones Unidas. El acuerdo era claro, y la garantía para los ciudadanos de Hong Kong era absoluta: el retorno de la ciudad de una soberanía británica a una soberanía china estaría gobernado por el principio de “un país, dos sistemas”. Hong Kong tendría un alto grado de autonomía durante 50 años, hasta 2047, y seguiría disfrutando de todas las libertades asociadas con una sociedad abierta bajo un estado de derecho.

Pero con su decisión reciente de imponer una nueva ley de seguridad draconiana a Hong Kong, el presidente chino, Xi Jinping, ha pisoteado la Declaración Conjunta y ha amenazado directamente la libertad de la ciudad. Los defensores de la democracia liberal no deben quedarse de brazos cruzados.

Durante más de diez años después del traspaso de 1997, China en gran medida mantuvo su promesa con respecto a “un país, dos sistemas”. Es verdad, no todo era perfecto. China dio marcha atrás con su promesa de que Hong Kong podría determinar su propio gobierno democrático en el Consejo Legislativo, y el gobierno chino periódicamente interfería en la vida de la ciudad. En 2003, por ejemplo, abandonó un intento de introducir legislación sobre cuestiones como la sedición -una extraña prioridad en una comunidad pacífica y moderada- frente a las masivas protestas públicas.



Sin embargo, en general, hasta los escépticos reconocían que las cosas se habían desarrollado bastante bien. Pero las relaciones entre China y Hong Kong empezaron a deteriorarse después de que Xi asumió la presidencia en 2013 y desempolvó el manual de leninismo agresivo y brutal. Xi revirtió muchos de los cambios políticos de sus antecesores inmediatos, y el Partido Comunista Chino (PCC) reafirmó el control sobre cada aspecto de la sociedad china, incluida la administración económica.


r parte del partido, y tomó medidas enérgicas contra cualquier señal de actividad disidente. Demostró que la palabra de su régimen no era confiable a nivel internacional -por ejemplo, al incumplir las promesas que le había hecho al presidente norteamericano Barack Obama de que China no militarizaría los atolones e islas de las que se estaba apropiando ilegalmente en el Mar de la China Meridional. Es más, el régimen de Xi cerró más de un millón de uigures predominantemente musulmanes en Xianjiang y destruyó señales de su cultura donde fuera posible. Y, por supuesto, le ajustó las clavijas a Hong Kong.

El origen de las protestas del año pasado en la ciudad fue el intento del gobierno de Hong Kong de introducir una ley de extradición que, en efecto, habría derribado la barrera de protección entre el estado de derecho en el territorio y la ley comunista en la China continental. Las manifestaciones fueron muy mal manejadas por la policía de Hong Kong, cuyo comportamiento -incluido el uso descontrolado de máscaras de gas y aerosol de pimienta- logró que una pequeña minoría de manifestantes recurriera a una violencia inaceptable.

Una investigación independiente de las razones de las manifestaciones, del mal manejo de ellas por parte de la policía y del comportamiento de los manifestantes (que, en una abrumadora mayoría, fueron pacíficos) podría haber ayudado a calmar a la comunidad y promover la reconciliación. Pero la propuesta fue rechazada sin más trámite. En las elecciones concejales de distritos del pasado mes de noviembre, los ciudadanos de Hong Kong mostraron de qué lado estaban cuando votaron abrumadoramente a favor de candidatos pro-democracia que habían apoyado las manifestaciones.


CRÉDITOS PARA: https://www.eltiempo.com/